Texto

“Era um gordo, e portanto um prudente”
Eça de Queiroz

Foto familiar. Leopoldo, Leopoldo (h), Susana y Alejandro Lugones de pie, ocupan el centro. Hay un negro bastante robusto sentado a la izquierda de Susana. El coronel Lugones a la derecha arriba al lado de un hombre casi desnudo de rasgos indígenas . A la derecha, abajo, dos gemelos. El señor Araguato y el señor Tití. Alejandro tiene un brazo deforme. Ninguno sonríe. Excepto los gemelos. Nadie se mueve.

Coronel: ¿Qué año es?
Leopoldo: 1866
Alejandro: 1867…
Leopoldo: No… 1866.
Susana: Falta mucho, entonces.
Coronel: Falta mucho.

Lentamente el hombre desnudo se inclina hacia la izquierda. Se tambalea. Cae. Reacción lenta del coronel Lugones, de Leopoldo, de Susana.

Alejandro: (triste) Dichoso aquél que no tiene hijos, puesto que los niños pequeños sólo son gritería y fetidez, trabajo y preocupación. Han de ser vestidos, calzados, alimentados y están siempre en peligro de caer o lastimarse. Se ponen enfermos y mueren, o crecen y se hacen malos y son llevados a prisión. O se hacen buenos y también van a prisión. O se mueren en las guerras, como perros mueren; todo trabajos y disgustos, sin que ninguna alegría compense los cuidados, esfuerzos y dispendios de la educación ¡Y ay de aquéllos que en lugar de hombres y mujeres paren monstruos, criaturas de cráneos enormes y cuerpos mal formados! ¡Ojalá pusiera Dios fin a sus vidas miserables en el momento mismo de nacer! Pero no lo ha querido así, y allí están para oprobio de sus padres y verguenza y asco de aquellos que los ven pasar...

El hombre desnudo se arrastra. Va dejando una estela de sangre. Se arrastra hacia el negro. Leopoldo, Leopoldo (h), Susana y el coronel Lugones no se mueven. Persiguen el rastro con la mirada. El hombre desnudo a los pies del negro. El negro lo recoge. Lo coloca sobre sus rodillas, de cara al suelo. Leopoldo, Leopoldo (h), Susana y el coronel Lugones se miran. Susana susurra al oído del coronel Lugones.

Susana: Curupaiti…

El coronel Lugones susurra al oído de Leopoldo y de Leopoldo (h).

Coronel: Curupaiti.

Entonces se acomodan. Susana va rengueando. Se acuesta. Cierra los ojos. Leopoldo se inclina sobre ella. Susana despierta.

Susana: ¿Esto es la guerra? ¿Cómo llegué hasta acá?
Leopoldo: Quédese quieto amigo, o se va en sangre…
Susana: ¿Eso es un muerto?
Leopoldo: Esto se le ha puesto feo…
Susana: ¿Quién es ese? Es un niño…
Leopoldo: Apenas un niño. Niños son la mayoría…
Susana: ¿Es el capitán Sarmiento?
Leopoldo: El mismo, sí. No puede hacerse nada ya –trate de no mirar… 
Susana: No, pero no, ¿cómo llegué hasta acá?
Leopoldo: Trate de no hablar ahora…
Susana: ¿Cómo pasó…? ¿Está muerto?
Leopoldo: Una hora hará que lo trajeron… Continúa la batalla… ¿Quién sabe cuántos van siendo los muertos?
Susana: ¿Y el negro?
Leopoldo: No quiere salir. No se quiere ir. Tratamos de sacarlo pero sigue allí, esperando…
Susana: El olor…
Leopoldo: No se mueva. Trate de no hablar…
Susana: (Cantando) Llora, llora, urutaú… / En las ramas del Yatay / Ya no existe el Paraguay /Donde nací como tú…(Llora) Mi pie… Me falta un pie… Estaba en un túnel. En un túnel sin final. Y algo le pasó al tiempo… ¿Qué tierra es esta?

Entra Alejandro, apoyado sobre el coronel.

Coronel: ¡Ah! Ah, carajo, carajo… Colgaron mal la señal, los brasileros, ya no se sabe ni cuántos son los caídos, no nos van a caber los muertos… ¡Es un desastre..!
Alejandro: ríendo. Raíces…  Habían llenado todo de raíces. La vi venir rodando, que pensé que era una semilla. Y explotó la semilla (Ríe como loco).
Coronel: A ver doctor, que traigo un herido de granada…
Leopoldo: ¿Dónde vamos a meter a tantos muertos? 
Coronel:  ¿Y ese negro? ¿Sigue acá?
Leopoldo:  No se mueve.
Coronel:  ¡Sáqueme a ese negro de acá…!
Leopoldo: No se puede, no se quiere ir…
Alejandro: Abatieron abatíes. Mandaré a Tamandaré. Me partí en Curupaiti… (Ríe como furioso, como rabioso, como loco). El brazo muerto, me ríe también…
Coronel: A ver si sacan a ese negro de mierda… O le hago fusilar.

El negro murmura.

Susana: ¿Qué dice?
Coronel: Háblele usted, dígale que estorba…
Leopoldo: Murmura, ¿qué murmura…?
Coronel: Pero, ¿qué?
Leopoldo: Dice que… dijo Zapam-Zucum…
Coronel : ¡Qué Zapam-Zucum, ni que tres carajos! Saquen a ese negro de acá…

Leopoldo y el Coronel intentan sacar al negro. Forcejan. El negro no se mueve. El hombre desnudo de rasgos indígenas cae al suelo. El negro no se mueve.

El señor Araguato y el señor Tití: No se mueve, no. No se quiere mover. (Apuntan con un arma al negro, en la nuca, desde atrás). Y el cielo está encapotado. Encapotado sí, no hay más luz que la del cañón ¿Esto es la guerra? Es la guerra sí… Vea como desnudan los cadáveres, señor Tití, vea como queman los cuerpos señor Araguato. Y les quitan las orejas. Vea como llora el coronel, tan grandote y llora, como un guagua llora el gobernador.
Negro: Zapam-zucum andaba sola, por la selva. Andaba mirando la batalla. Y lloraba de ver tanto niño muerto, tanto niño estrella, tanto niño que se apaga. Zapam-Zucum, tetas gigantes, lloraba viento. Lloraba sobre los desnudos cadáveres. Lloraba sola Zapam-Zucum, viendo a los niños que iban a la guerra. Se armó la guerra y el señor Mitre mandó llamar a los niños. Niños, mis niños, dijo Mitre. Tu sangre no es paraguaya, niño, dijo Mitre. Ve a matar por nosotros, al paraguayo traidor. Y muchos dijeron que no, señor Mitre, que no nos vamos a ir a morir, a matar allá, a matarnos entre hermanos, a matar por Buenos Aires. Pero el niño Sarmiento, dijo sí, muero, sí. Dulce y honroso es morir por la patria. Dulce y honroso, papá, qué divertido papá, dijo el niño Sarmiento. Zapam-Zucum lloraba mocos, mocosa, por el correntino, por el argentino, por el paraguay que se va a morir, que de hambre se está muriendo, por el Paraguay. Pero Sarmiento que lloró cuando su hijo Sarmiento murió. Sarmiento que dijo dulce es morir, dulce y glorioso es morir por la patria. Dijo como Felipe el bueno “ojalá yo hubiera muerto tan pequeño, entonces sí me hubiera considerado feliz”. Sarmiento grita “acaben con esos perros”, y manda a colgar a todos los niños hombres del Paraguay. Y el Paraguay se queda sin padres. Un país sin padres.  Entonces vino un señor con dos cabezas. Andaba corriendo por el desierto, desnudo, un señor de dos cabezas. Y le vieron todos, le vio Mansilla y no dijo nada y Gelly y Avellaneda le vieron y no dijeron nada tampoco. Y Cándido López lo vio y no lo quiso pintar. Y le vio este negro y este negro habló. Y le dijeron borracho, negro borracho. Pero este negro le volvió a ver en Buenos Aires, cuando la peste, le volvió a ver muchas veces, este negro, antes de morir. Y qué más hubiera deseado este negro que Zapam- Zucum le arrulle entre sus tetas, que más hubiera deseado yo, señor.
Coronel: ¿Qué año es?
Alejandro: 1871 o 1874.
Susana: ¿Se olvidaron de mí? Sin pies ¿Cómo voy a volver? (Se arrastra). Llora, llora, Urutaú… Pájaro feo el Urutaú, más que llorar chilla (Llora. Se arrastra). Chilla con ú, como Uriburu, como Aramburu… Y no tiene ramas el Yatay. Y el Paraguay sigue existiendo, como obstinado, se obstina en existir…

El hombre desnudo de rasgos indígenas se incorpora. Susurra al oído del negro.

Hombre: Antropófagos.

El negro dice al coronel Lugones.

Negro: Antropófagos.
Coronel: Ah, sí… (Hace como que recuerda, como que le duele el recuerdo.) Cosas así se vieron en esta tierra olvidada de Dios. No había mapas aún ni nombre tenían los ríos, ni los cerros, ni nombre el desierto, y el río era un mar dulce que vaya a saber donde había de acabar. Sí, lo sé. Solís. A Solís se lo comió la tierra, la tierra se abrió para tragárselo. Las indias eran una mujer hambrienta, una virgen salvaje, una mujer-pozo que había que educar. Le salían bocas a la tierra, por todas partes bocas. Y pedía carne humana para saciar el hambre. En ese entonces vinimos con los Mendoza a esta tierra olvidada de Dios. Los indios salían por todas partes. Gente sin gesto, sin cara, por todas partes nos invadían, por todas partes sembraban la muerte y la desesperación. (Va trazando mientras habla un plano en el suelo, un mapa.) Mendoza ordenó hacer una muralla de barro, pero nada se sostenía, lo que un día se levantaba al otro día, se caía. Barro por todas partes, la ciudad era un lodazal bajo un cielo inmenso que de tan grande daba vértigo. Todo estaba por partes o en pedazos, como un embrión. He visto cosas aquí como no se han leído en otra parte. Hombres llorando sin parar que daba rabia, ganas daban de sacudirlos para que cese el llanto, pero el llanto se hacía grande como un torrente y cada vez más grande era el llanto que iba contagiando a los hombres y daban ganas de llorar también. El hambre era como un mareo, como una borrachera cruel. Y hombres echados frente al fuego, como en trance, ya ciegos del humo y la cenizas, flacos, descoloridos, desfallecidos, tartamudos, otros del todo ya mudos… Mudos en una tierra muda. Se comieron al caballo. Se comieron luego al hombre que se comió al caballo. Y se comieron también al hombre que se comió al hombre que se comió al caballo. Y eyacularon al final todas esas muertes. Y fue un diluvio. Pero ¿qué año es ahora? ¿Qué año es? Vómitos negros en San Telmo. La peste avanza. La ciudad enferma. Llueve sobre Buenos Aires como si el cielo llorara, se inundan los torrentes de los suburbios mostrando la cara más puta, más cruda de la ciudad, las aguas inundan el centro arrastrando maderas, arrastrando ramas, arrastrando cadáveres escurridos de tan flacos…
Hombre: ¿Ya está?
Coronel: No lo sé.
Hombre: No nos hemos presentado.
Coronel: Es verdad.
Hombre: Rubén Darío, poeta.
Coronel: Encantado. Roca, Julio Argentino.
Hombre: Nicaragüense, yo. ¿Y usted?
Leopoldo: Lugones, Leopoldo. ¿Cómo le va? Poeta también.
Negro: Leopoldo Lugones, ¿cómo está?
Leopoldo: Es mi hijo. Acaba de nacer ayer.
Coronel: Felicitaciones amigo.
Leopoldo: Gracias. Es un honor. Le presento a José Ingenieros.
Hombre: Encantado, señor.
Leopoldo: Macedonio Fernández.
Negro: El placer no es mío, ni suyo, el placer es el placer.

Ríen.

Coronel: ¿Y la señorita?
Susana: Susana Lugones. Hija del torturador, nieta del poeta. Pero no he nacido aún. Por ahora puede decirme Payró, Roberto Payró. También puedo ser Juan B. Justo, si le parece.
Coronel: Socialistas, todos, ¿verdad?
Hombre: Bueno, sí…
Leopoldo: Lo que se dice socialista.
Coronel: No hay de qué avergonzarse, estamos entre caballeros ¿Desciende usted del general Lugones, el guerrero de la independencia?
Leopoldo: No precisamente, pero soy de la familia.
Coronel: Es usted de Santiago.
Leopoldo: De Córdoba. Señor.
Coronel: Un gusto conocerlo, Lugones. El país necesita hombres como usted. El país necesita hombres. Pase a verme, si le place. Tengo algo que podría interesarle.
Leopoldo: Muchas gracias, adiós.
Hombre: Todavía me gustaría presentarle a dos hombres.
Leopoldo: Discúlpeme ¿Quién era usted?
Hombre: Rubén Darío, poeta.
Leopoldo: ¡Claro! ¿Y lo señores…?
El señor Araguato y El señor Tití : El señor Lugones. Es el señor Lugones, sí.
Hombre: Tienen algo importante que decirle.
Leopoldo: ¿Con quién tengo el placer?
El señor Araguato y El señor Tití: El señor Araguato y el señor Tití.
Leopoldo: Un gusto. Digan los señores.
El señor Araguato y El señor Tití: Diga usted.
Leopoldo: ¿Yo? ¿Y qué se supone que iba a decir?
El señor Araguato y El señor Tití : Es lo que nos gustaría saber…
Leopoldo  : ¿Qué?
El señor Araguato y El señor Tití: Eso mismo. Qué.
Leopoldo: ¿Qué, qué?
El señor Araguato y El señor Tití: Nos gustaría saber…
Leopoldo  : ¿Es una amenaza esto?
El señor Araguato y El señor Tití: Diga usted.
Leopoldo  : ¡Sepan que a mí nadie me toma el pelo, señores!
El señor Araguato y El señor Tití: Tranquilo, siéntese. Se ofusca. Es como Sarmiento. Como Sarmiento, sí.
Hombre: ¿No les dije yo?
El señor Araguato y El señor Tití: Y el señor Lugones, ¿dónde estudió?
Leopoldo: En mi casa, con mi madre, primero, con mi padre después…
El señor Araguato y El señor Tití: Es como Sarmiento.
Leopoldo: Si lo desean puedo enseñarles mi proyecto de Educación general para la Nación.
El señor Araguato y El señor Tití: No, señor Lugones. Con esto bastará… No quería quedarse pelado ¿sabe usted? Sarmiento ¿Escribirá su historia? ¿La historia de Sarmiento? Usaba bigote. Descubrió que la cabeza le comenzaba a crecer. Yo le vi. No quería quedarse pelado. Pero la cabeza le crecía. Se le hinchaba, ¿sabe usted? La cabeza de Sarmiento, crecía cada vez más. Le puso precio a la cabeza de López Jordán ¿sabe por qué? Porque era la única cabeza tan grande como la suya. Quería un país sembrado de cabezas-Sarmiento. Nada de cabezas montoneras. Nada de eso. Ríen.
Leopoldo: No les entiendo bien, ¿qué desean exactamente los señores?
El señor Araguato y El señor Tití: Hemos leído su libro. Las montañas del oro. Interesante, muy interesante.
El señor Araguato: Señor Darío.
Hombre: “Esa gran columna de silencio y de ideas / que el poeta ve alzarse desde las hondas grutas / El sol es su vanguardia / Por las eternas rutas que accidentan la historia / Va con pasos enormes”.  Señor Araguato.
El señor Araguato: “La oruga ve al águila y opina: / “eres un ser monstruoso / águila”. En cambio el águila no ve a la oruga en la rosa. Señor Tití.
El señor Tití: El águila se posa, / y la oruga cornuda le pica el culo, / Siente el águila un ardor inquebrantable / Y con sus garras formidables / piensa aplastar a la oruga  / pero la oruga se arruga y escabulle / y el águila ofuscada emprende el vuelo / desde lo alto / ve a la oruga que le grita sobre el suelo: / ¡Andá a ponerte pancután! / y le hace pito catalán…”

Ríen. Como monos idiotas ríen, el señor Araguato y el señor Tití.

El señor Araguato y El señor Tití: (Serios) Y ahora, señor Lugones, ¿dónde está el oro?
Leopoldo  : ¿Cómo?
El señor Araguato y El señor Tití  : El oro. ¿Dónde está el oro de las montañas?
Leopoldo  : ¿Oro? ¿El oro?
El señor Araguato y El señor Tití  : Las montañas del oro. El oro de las montañas ¿Dónde está?
Leopoldo: No sé de qué están hablando.
El señor Araguato y El señor Tití: Está bien. Puede tomarse su tiempo. Está bien. Pero sepa que no jugamos.
Hombre: Tranquilos, amigos. El señor Lugones hablará. Es un gran hablador.
Coronel: El más hablador de todos.
Hombre: Habla que da miedo ¿no es cierto?
Coronel: No hay que creerle demasiado, cuando habla.
Hombre: Sólo necesita tiempo.
El señor Araguato y El señor Tití: Confiamos en que así sea. Pensamos invertir en usted, Lugones. Mientras tanto escriba. Escríbalo todo. Dígalo todo. Tenemos tiempo. El tiempo nos sobra. Escriba, señor Lugones. Escriba sobre estatuaria, señor Lugones. Hay demasiadas cabezas de Sarmiento. Escriba sobre eso, cabezas cada vez más grandes, cabezas solitarias, enojadas, perdidas en una playa ancestral. Minas de oro, sabemos que están ahí. Sabemos que sabe que están ahí. En las montañas. Tiene tiempo para decirnos dónde. Pero escriba, señor Lugones, escriba.
Hombre: Amigo Lugones, el señor Roca ha vaciado el desierto para usted. Ni rastros quedan de la chusma indígena. Les cortaba los huevos a los cadáveres para que no se reproduzcan. Los muertos se reproducen si uno no les corta los huevos. Es así. El desierto quedó desierto. Y ahora hay que llenarlo de palabras. Haga nomás.
Leopoldo  : Necesitaría un mapa.
Hombre: Ah, no, eso no. No hay mapas.

Pausa. Alejandro y el negro se sientan a la izquierda de la escena. Susana permanece en el centro. A la derecha se sientan el coronel  y el hombre de rasgos indigenas. 

Susana: ¿Cómo escapé de Curupaiti? Me robé un caballo. Un bayo soberbio. Me le arrimé arrastrándome entre los cadáveres ya desnudos, carbonizados. Se quedaba quieto, como si supiera. Me le trepé al bayo y lo monté en pelo, con mis pies sin pie. Comenzó a trotar. Me sostenía por la fuerza de mis muslos y él me cabalgaba a mí, con el lomo contra mis muslos. El sol se iba asomando despacito y el bayo cabalgaba, cabalgaba sobre mí. El viento se me arrinconaba entre las piernas. Todavía calientes las heridas, manando sangre. Y cabalgué sobre el cuerpo de la patria, manando sangre y haciendo Patria. Y fui atravesando la historia, y fui  Salvadora Medina Onrubia, y fui María Alicia Domínguez, y fui Alfonsina, hasta llegar a ser Piri Lugones y Victoria Walsh y hasta no tener nombre después.

Pausa.

Coronel: ¿En qué año estamos, ya?
Negro: 1910… No. 1926
Alejandro: Parece que viene un temporal.
Negro: No nos presentamos.
Alejandro: Alejandro Lugones, nieto del torturador, hijo de la montonera, suicida. No he nacido aún.
Negro: Emilia Cadelago. Maestra. Amante de Leopoldo Lugones.
Alejandro: Es un gusto ¿Tuvo algún hijo usted?
Negro: No.
Alejandro: Yo tampoco, me hubiera gustado tener.
Negro:¿Por qué no tuvo?
Alejandro: Estaba ocupado suicidándome.
Negro: Su bisabuelo decía que no había nada más extraño que un hijo para su padre.
Alejandro: Y que un padre para su hijo.
Negro: Una tarde se lo encontró enroscado con las gallinas. Había hecho un verdadero estropicio entre las gallinas, me contó. Se fue aflojando la correa, una mano tensa, la otra suave mientras miraba un poco al niño y un poco a la gallina, medio muerta que cacareaba, cot-cot-cot, cacareaba y el niño le devolvía la mirada. La gallina no, se había puesto bizca, me dijo. Pero yo creo que se lo imaginó, porque nunca he visto una gallina bizca, o se lo inventó, no sé. Lo cierto es que el hijo lo miraba, sin entender del todo ese silencio nuevo, un silencio como espeso. Y el padre lo mira al hijo y le van entrando ganas de estropearle la jeta a correazos o de patearle la cabeza o de estrangularlo con el cinto despacito y otras cosas que apenas se atreve a confesarse. Entonces descubre algo nuevo, algo distinto. Comprende que le tiene miedo al hijo, que no puede castigarlo, que le faltan las fuerzas. Ya no es posible evitar que sean lo que van a ser, piensa. Ya es tarde.  así que lo mira fijamente y le dice:  Algún día me robarás todo lo que tengo, si te dejo. O yo te lo robaré a ti. No hay nada más extraño que esta sombra, que este contorno simiesco de mi. El poeta y su mono. Tú eres mi mono, hijo, mi traidor.”
Alejandro: ¿Eso le dijo?
Negro: No. No sé. Lo más probable es que no le haya dicho nada.
Alejandro: Lo fundamental en la historia, lo que se olvida tan a menudo, lo que es necesario explicar es a dónde va a parar la mierda. Muy pocos saben que entre 1906 y 1932 existió en el Servicio de Observación de Alienados de la Policía de Buenos Aires, un departamento de Análisis Comparado de Materia Fecal, cuyo director fue José Ingenieros en 1907, bajo las ordenes del comisario Ramón Falcón. Hasta su cierre definitivo la oficina se dedicó, sobre las bases de las teorías de Lombroso, a examinar una gran cantidad de heces de distinta extracción social, determinando que sólo el 47% del residuo es determinado por los alimentos ingeridos, mientras que el 53% restante está directamente relacionado con el color de piel del individuo, su ideología dominante y su posición en la escala económico-social. Hacia 1926 el departamento contaba con un registro de muestras de casi tres mil individuos en el que resulta particularmente llamativo el alto porcentaje de mierda de escritores analizada. Así, era posible encontrar estudios sobre la mierda de Manuel Galvez, color tierra suave, Horacio Quiroga, color rojo furioso, Nicolás Olivari, olor intenso y penetrante, Martínez Zubiría, color meconio fuerte, un estudio sobre la forma de las heces de Álvaro Yunque –en forma de caracol espiralado– mierda de Borges, de Girondo, de Salvadora Medina Onrubia, de Natalio Botana y de José Ingenieros –director del propio departamento y autor de un Tratado sobre la Mierda Anarquista firmado con el seudónimo de Bodrio Michello. Bodrio Michello, recuerde ese nombre funesto. De Leopoldo Lugones se incluyen tres registros, y al parecer sus excrementos que eran de un color lechoso y avinagrado hacia 1907, presentan una palidez excesiva en 1914 y un matiz ligeramente violáceo en febrero de 1928.

Pausa.

Coronel: Uriburu-Uriburu… No suena bien mi nombre, ¿no le parece Lugones? Polo le dicen, ¿verdad? Uriburu… parece canto de lechuza como el del Urutaú… muchas ú. A lo mejor sonaría mejor con O… Oroboro… parece como de indio bororo… Uriburu. Uriburu… ¿Y si le quitáramos la i? Uruburu… No hay forma. No suena bien. En fin.  Eso es para usted. Ábralo.
Leopoldo (h): ¿Esta caja?
Coronel: Mire en su interior.
Leopoldo (h): ¿Es sangre, esto?
Coronel: Mire nomás, no se me asuste.
Leopoldo (h): ¿Es un pie? ¿Un pie humano?
Coronel: No es solamente un pie. Es un observatorio. Un aleph.
Leopoldo (h): ¿Un qué?
Coronel: Un Aleph, ya sabe. Uno de esos dispositivos desde donde uno lo puede ver todo. Pero todo, todo ¿eh? Amigo Lugones, su padre no se ha andado portando muy bien ¿sabe? Nos ha dado su apoyo como quien dice, escribió esta proclama revolucionaria que nos hizo reír mucho, francamente ¡Qué barbaridad su padre! ¡Una barbaridad! ¿Leyó usted el original? Ja. Hizo indignar a medio regimiento la proclama. Ahora andando hinchando un poco los huevos su padre, Lugones. Pasa siempre con los intelectuales. Como Urquiza le dijo a Sarmiento ¿sabe lo que le dijo Urquiza a Sarmiento? Era un gran hombre Urquiza, un hombre muy lúcido. Pensaba de Sarmiento y de todos los intelectuales, que eran unos maricotas. Todos maricotas. Putitos de alcoba. Pensaba que todas las campañas periodísticas y libritos difamatorios no le hacían ni cosquillas a Rosas. O mejor dicho, le hacían cosquillitas, le hacían reír el culo, como quien dice. Reír el brazo muerto. Esa es una expresión que se ha tomado de Curupaiti… Ahí tiene: Curupaiti. Una batalla forjada por Mitre, un intelectual y ¿qué tenemos? Un perfecto desastre. Con usted hay una afinidad distinta, señor Polo, ¿puedo decirle Polo?  Creo que nos entendemos, señor Comisario Lugones. Nos hemos olvidado de sus bromitas en el reformatorio. Gustos son gustos amigo. Acá nadie va a juzgar a nadie. Pero a cambio necesitamos un favor. Sáquele a su padre el dato, averigüe donde está el oro…
Leopoldo (h): ¿El oro?
Coronel: El oro de las montañas. Las montañas del oro. Ya sabe. Use el aleph. Mire por ahí. Desde allí se ve todo, pero todo, todo, todo ¿eh? Mírelo a su padre haciendo sus chanchaditas con esa maestra… y después nos cuenta.

Pausa.

Coronel: Y ahora ¿Qué año es ahora?
Negro: 1938. Debe ser.
Alejandro: 1938. Estoy casi seguro.
Susana : ¡Cómo pasa el tiempo!

Se oyen gritos. Son gritos de mono. El mono grita mientras hablan.

Susana: ¿Qué son esos gritos?
Coronel: Es un mono.
Susana: ¿Un mono?
Coronel: Sí, un mono.
Alejandro: ¿Y qué hace un mono en la comisaría?
Coronel: Lo está interrogando el señor Polo.
Susana: ¿Interrogando a un mono?
Coronel: Sí… lo quiere hacer hablar.
Susana: ¡Un mono! ¿Y cómo va a hacer hablar a un mono?
Coronel: Tiene sus métodos. Acá todo el mundo habla. El señor Polo es un experto en eso. No hay mudo que se le resista.
Alejandro: Es verdad eso. Acá todo el mundo habla.
Susana: ¿Y qué tiene de particular este mono?
Coronel: Era el mono de Bodrio Michello.
Susana: ¿Bodrio Michello?
Coronel: Bodrio Michello.
Susana: No lo conozco.
Alejandro: Padre de Lorenzo Michello, tío de Bodrio Michello, compañero de aventuras de (Baja la voz) Guido Altieri.
Susana: ¿Guido Altieri?
Coronel: Shhh… más bajo. Ese nombre compromete.
Susana: ¿El anarquista?
Alejandro: El que sabía dónde estaba el oro.
Susana: ¿El oro?
Alejandro: El oro de las montañas.
Coronel: El oro de los incas.

Súbitamente el mono calla.

Leopoldo (h): El mono. Se me murió. A punto de hablar estaba. A punto de sacarle algo, lo tenía ya, lo tenía… Estaba ahí…
Coronel: (Con miedo) El mono... ¿se murió el mono?
Leopoldo (h)  : (Enojado) Estaba a punto de hablar... ya lo tenía... Ahí lo tenía. “Amo, mi amo” –dijo. “Agua”, dijo, estoy seguro.
Coronel: Tenemos que limpiar las pruebas. Esto no puede salir de acá.
Leopoldo (h)  : “Agua”, dijo… Dijo “Agua” antes de morir.
Coronel: Cerrá todas las puertas. Que no entre nadie.
Susana: Pero ¿qué pasa?
Alejandro: No se puede matar a un mono así como así. No por lo menos a este mono. Hay cosas que no se pueden hacer.

Comienzan a transformar a Leopoldo (h)  en Leopoldo Lugones. El poeta se suicida. Prepara la exacta dosis de cianuro, no sin antes acomodar sobre una silla, su ropa y pertenencias, mientras habla.

Leopoldo  : Contrariamente a lo que afirman los naturalistas modernos, el hombre no desciende del mono. Es al revés, el mono es un hombre degenerado. Pero ahora no hay más que vacas. Nos hemos librado de los indios y ahora el desierto se llenó de vacas. Vacas pastando inmutables, signos de carne, pilones de arcilla, vacas por todos lados, tarde o temprano arrasarán los fortines, invadirán las ciudades con su forma tan sin-forma, tan señora gorda, tan nube tormentosa de bosta, con sus pezuñas de barro… Se acabaron los caballos, no más overos, no más pelajes entreverados. El pampa el ranquel el tehuelche el charrúa el guaraní llevaban en su sangre sangre de potro. Tibia bebían del barro la sangre. Se les llenaban de viento las venas. Relinchaban los indios. Pero a la multitud la están atiborrando de vaca. Dan asco esos cuerpos llenos de vaca. Da misterio pensar qué cagan ahora estos, qué cagan… No puedo terminar la historia de Roca, basta.

Bebe el cianuro. Estertor lento. Lentamente muere ante la mirada de los demás. Y entonces, como si jugaran a la guerra.

Susana: No nos presentamos.
Alejandro: Alberto Molina.
Susana: María Victoria Walsh, hija de Rodolfo Walsh. Están viniendo a buscarnos. Vamos a morir.
Alejandro: Se te ve tranquila…
Susana: Estoy tranquila.
Alejandro: ¿No te da miedo?
Susana: Ya está. Ya. ¿Qué podemos perder?
Alejandro: No hay esperanza, ¿no?
Susana: No.
Alejandro: ¿Escuchás?
Susana: ¿Es un tanque?
Alejandro: Así parece…
Susana: Un tanque. Mandaron un tanque. Eso lo hace más irreal. Todo.
Alejandro: ¿Qué pensarán de nosotros, los miliquitos? Son niños. Niños jugando a la guerra.
Susana: No pienses así. Si uno piensa que es otro el que está allá. Si uno piensa que es un hombre o una mujer que sueña, que respira, que desea. Si uno piensa todo eso, ya no se lo puede matar.
Alejandro: Hay algunos a los que igual se los puede matar.
Susana: Me gusta la idea de morir así.
Alejandro: ¿Cómo?
Susana: Bajo el cielo.
Alejandro: ¿Y la bebé?
Susana: Ya no me pertenece. Pertenece al mundo. Igual duele. Eso es lo que más duele. Pero no puedo pensar ahora. No puedo pensar como mamá. No puedo ya decir como Felipe el bueno “Ojalá hubiera muerto tan pequeño, entonces me habría considerado feliz”. Quiero que viva. Pero eso ya no está en mi poder. Canta. En la calle de los Muros / han matado una paloma.  /Yo cortaré con mis manos las flores de su corona. / Anda Jaleo, anda, / Anda jaleo / Ya se acabó el alboroto / y ahora empieza el tiroteo…
Coronel: Sepa el pueblo argentino que a las 14:20 fue ajusticiado el disfrazado número uno, Silvio Frondizi, traidor de traidores, comunista y bolchevique (Escupe esas palabras como a carozos de aceituna) fundador del ERP. Bajo el mandato de su hermano fue el infiltrador de ideas comunistas en nuestra juventud. Murió como mueren los traidores: por la espalda. Ha sonado para bien de todos la hora de la espalda: ya no se matará sino por detrás, no se degollará sino la nuca, no se violará sino culiando, que se sepa bien que nadie verá ya venir la muerte de frente. No nos identifiquen con los mercenarios zurdos de la muerte, no nos identifiquen como valientes, sino con patriotas peronistas y argentinos que queremos que nuestro país tenga un futuro argentino y no comunista. Viva la patria. Viva Perón. Vivan las fuerzas armadas. Mueran los bolcheviques asesinos. Alianza Anticomunista Argentina. Comando Tres Armas. ¡No seremos nunca carne bolchevique, Dios, Patria, Hogar!
Susana: Si la historia se durmiera ¿qué soñaría? Si una noche durmieran los faroles, las ciudades, los campos, las minas, los sembradíos, si se durmieran los dioses de las catedrales, si se durmieran los marineros, los gobiernos, las escuelas, los hospitales, si durmieran las enfermedades, los emperadores, el dinero, si se durmieran las naciones, los lenguajes, el significado de todas las palabras, si se durmieran los diccionarios, la historia, si se durmieran… ¿qué soñarían? Si por una sola noche se acallaran todas las voces y hubiera el silencio necesario para dormir… Él odiaba el silencio, mi padre, el torturador, ahora soy Susana Lugones y mi padre, el escritor, sabía que el silencio era la condición ineludible para escribir y ahora soy Victoria Walsh o cualquier hija o cualquier hijo y ahora ustedes no nos matan, no nos matan más. Nosotros decidimos morir.

Y entonces se tirotean. Susana y alejandro contra Leopoldo (h) y contra el hombre de rasgos indígenas y contra el coronel. Susana y Alejandro mueren. Los otros los miran como con tristeza. En el suelo permanecen, Leopoldo, Susana y Alejandro. El coronel se inclina sobre ellos y dice.

Coronel: Este es el archivo… acá está todo. Son los relatos de los detenidos, los que han pasado por la máquina de hacer hablar. Acá está, palabra por palabra, la verdadera historia, la historia del dolor, de los miedos, anímese, mire. Vea la letra, vea. Un pedazo de uña. Hay muchos. Son los enterrados vivos. Vea, semen. Nunca se sabe cómo van a reaccionar los reclusos. Esto es mío, mire. Una colección de cojones arrancados de cuajo… Todas bergas de milicos arrancadas por prisioneras. Se dejan llevar por la emoción los milicos, se olvidan que son prisioneras. Es un animal salvaje la mujer, una daga que corta, sabe esperar el momento y de una dentellada, zas, vea qué colección mas rozagante de bergas, parecen signos, como a punto de decir algo… Si le pone dedicación a lo mejor encuentra un cráneo… Y es que en el fondo era lo mismo, tenía razón Borges, Polo quería lo mismo que su viejo quería contarlo todo, que no se le escapara una palabra, una letra, quería tener todos los relatos. Por eso les hacía hablar. Él invento la máquina de hacer hablar, y acá está todo eso, archivado, ¿no valió la pena acaso? Todo ese dolor está acá adentro encerrado. Y en sus últimos días estaba solo el señor Polo, compró un canario y el canario no le hablaba y compró un loro y el loro no le hablaba, ya nada le decía nada, todo eran sombras a su alrededor. Y no había dolor en el mundo que pudiera acabar con ese silencio.
Y el señor Araguato dice: puede que el señor Lugones háyase tomado atribuciones con un simio que no le pertenece.
Y el señor Tití: Puede qué.
El señor Araguato y El señor Tití: ¿Y qué será, eh? ¿Qué será lo que haremos con él? ¿Le trituraremos los testículos, le aplastaremos los dedos del pie, le agrandaremos las fosas nasales con un forceps?

Le van deslizando por el cuello una cuerda. Leopoldo (h) despierta temblequeando, babeando.

El señor Araguato y El señor Tití: ¿Qué ha hecho señor Polo, qué ha hecho con nuestro aleph?
Leopoldo (h): Todo lo intenté, todo. Pero el canario de mierda ese no hablaba, no quería hablar ¿Ha torturado usted un canario? Hay que ser muy delicado. Es un trabajo de precisión. Pero igual y todo no hablaba. Lo estrangulé entre mis manos. Llamé a mis hijas y el teléfono estaba mudo. Y la radio estaba muda. Y los pájaros afuera no cantaban. Todas las cosas del mundo habían enmudecido para mí…

El señor Araguato y el señor Tití lo estrangulan silenciosamente.

Y el señor Araguato: Y qué haremos ahora, señor Tití ¿Quién nos dirá dónde está el oro ¿Quién hablará por él?
Y el señor Tití: Tiene una hija el señor Lugones. Ella quizás lo sabrá.
Y el señor Araguato: ¿Y si no habla tampoco, señor Tití?
Y el señor Tití: Tiempo tenemos. Tiempo nos sobra. Alguien hablará.

Vuelven a ocupar las posiciones del comienzo.

Coronel: ¿En qué año estamos?
Susana : 2015… no… 2075…
Alejandro: Todavía falta…
Coronel: Sí… falta mucho…
Alejandro: Parece que va a llover.
Coronel: Nunca se sabe.
Negro: Tatú-carreta… Ni vacas, ni monos, ni caballos. Tatú-carreta. Es un país de vizcachas ciegas este, un país sin sol. Cada cual con su sombra, cada cual en su cueva, arañando la tierra, levantando polvaredas que luego se las lleva el viento, sin túneles ni superficies, sin saber muy bien qué pasa ni tampoco querer saber, hasta que viene algún engreído, algún loco poeta, a querer decir qué hacer. Y el huracán nos arrastra, inevitable, nos lleva el huracán, como si en algo le importáramos al cielo, como si a la historia se le pudiera pedir permiso y no en cambio robarle lo que nos pertenece, robarle al tiempo, a la historia, para poder pensar mejor, para cuando alguno se levante y diga este soy yo, para ese entonces habernos enterrado, armar túneles, rompecabezas, desentrañar el enigma y saber que en el fondo no hay nada, nada de nada, ningún sentido esperando que uno lo vaya a buscar, pero ¿sabe usted como se le saca al tatú-carreta, como se lo caza al armadillo, como se lo saca de su pozo de tierra, sabe usted como hacer?
Alejandro: No.
Negro: (Dice como con tristeza) Se le mete un dedo en el culo.

Buenos Aires, 2010

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